jueves, 25 de noviembre de 2010

Y solo quedan tres funciones!!!!!!





Así la vio
Ricardo Scagliola


Lo vemos todos los días en los noticieros: personas que lloran en cámara pidiendo justicia por una muerte sin razón, manifestaciones silenciosas que reclaman verdad, madres que esperan encontrar un día el cadáver de los suyos y poner un nombre en su tumba. Lo vemos todos los días en los noticieros, y ya no nos asombra. No nos sorprende hablar de la muerte, el castigo, la memoria, la verdad (y su antítesis, la mentira), la justicia, la reconciliación, la venganza y el dolor. Ya no nos alarma. Nos perdernos en ese peligroso umbral de los conceptos y las palabras, donde se confunden a veces como idénticos conceptos que no lo son, y donde es difícil trazar la línea sutil que separa el acierto del error, el débil del fuerte, la memoria del olvido. Nos la dibujan.

En momentos en que la baja de la edad de inimputabilidad y la impunidad centran el debate político en el Uruguay, enfrentando al gobierno con el mismo gobierno y al gobierno con la oposición y a la oposición con la oposición poniendo a consideración de la ciudadanía nuevos y curiosos análisis sobre conceptos como la justicia y el dolor, la puesta en escena de Electra en Espacio Palermo nos devuelve el ruido de una historia que sentimos como propia. Nos habla de lo establecido y por establecerse, nos representa la memoria y nos sugiere la necesidad omnímoda de crear relatos que expliquen quiénes somos y qué nos pasa. Para esta Electra, la de Marisa Bentancur, pudo haber sido el padre, el hermano o cualquier otro ser querido, pero este personaje tiene sed de venganza de aquello que la justicia no encarrila. No puede o no quiere encarrilar.

No es Hamlet a la griega, porque Electra no lo duda: tiene clarísimo desde el primer momento lo que hay que hacer. Tampoco es Antígona. Si Antígona es una tragedia de acción, Electra es una tragedia de espera. ¿Qué espera Electra, entonces? Que vuelva Orestes para vengar la muerte de su padre, Agamenón, a manos de Clitemnestra, madre de ambos, y Egisto, su amante. ¿Y por qué no lo hace ella misma? Esa tarea, nos dicen, le corresponde a Orestes, el primogénito, que está exiliado. La cadena del crimen y la venganza se torna en el argumento central de esta tragedia. En el medio la subversión de la familia. La soledad de una mujer, entre todas las mujeres. La abdicación, el entreguismo, la heroicidad, el menosprecio.

Lo que vio Sófocles hace más de dos mil años, lo podemos ver hoy en la televisión, lo podemos escuchar en la radio, ¡y hasta lo podemos bajar de Internet!. Cambian los escenarios, se encuentran nuevas justificaciones, son otros los perfiles de los personajes, pero la naturaleza humana sigue siendo la misma. Electra nos lo recuerda, y más aún, nos enseña que aún con sus miserias, sus palabras, sus llantos, sus risas y sus gritos, vale la pena. Porque errar es humano (vaya si será humano), pero aprender tiene que ser necesariamente divino. Es la única ley que está escrita para siempre: la del devenir de los tiempos. Y no se trata de abrir tumbas para desenterrar a los muertos. Es la historia robada a muchos vivos. Es la historia misma.!